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EL LITORAL, Junio 8 de 1967
LA FIESTA DEL LIBROEl domingo 16 de abril. "D�a de los escritores andaluces", se clausur� en Sevilla la "Feria del Libro 1967" que durante la semana se hab�a realizado en la Plaza Nueva rodeada para este fin por tenderetes de pl�stico instalados por las diversas editoriales espa�olas. Acudieron los escritores que viven en Sevilla, los escritores sevillanos que viven en Madrid y los de Arcos de la Frontera una poblaci�n andaluza a pocos kil�metros de Jerez de la Frontera prendida como un nido de �guilas en lo m�s alto y abrupto de unas rocas empinadas, con su catedral de piedra y su torre cuadrada y con su antiqu�simo castillo almenado, que recuerda la lucha de siglos entre moros y cristianos, como un rom�ntico dibujo de Gustavo Dor�. Desde este pueblo de ensue�o llegaron a la feria dos escritores representantes de otras tantas parejas de escritores hermanos. Uno de ellos, Antonio Murciano, trajo dos libros suyos: "El Pueblo" y "Plaza de la memoria", pero al volver apresuradamente a su Arcos de la Frontera perdi� la memoria en la plaza, pues olvid� llevarse el importe de los libros vendidos. Del otro escritor, Jes�s de las Cuevas, que acaba de publicar una novela, "Cada buitre en su almena", la edici�n de Andaluc�a del "A.B.C." recoge una an�cdota pintoresca: la de aquel hombre del pueblo que al entrar en cierta ocasi�n a la biblioteca del escritor, al ver all� tantos libros exclam�: "Don Jes�! �Qu� de jornales perdios!". Ahora, en Madrid, el 22 de abril, se ha celebrado la "Fiesta del Libro", instal�ndose mesas en la Gran V�a, en la Puerta del Sol, en la calle de Alcal�, en Cibeles y en otros sitios de la ciudad, donde las editoriales exponen a la venta sus ediciones. En esa ma�ana, por iniciativa de la Sociedad Cervantina, previo acto religioso celebrado en la iglesia de San Marcos, en plaza Espa�a, ante el monumento a Cervantes presidido por la pr�cer figura de Don Quijote, erguido sobre los estribos, blandiendo su lanza y una mano extendida hac�a adelante en actitud de contener la "gente endiablada y descomunal", se pronunciaron discursos y depositaron coronas de laureles, entre el flamear de banderas espa�olas y de todas las naciones de habla castellana. En la Biblioteca Nacional se inaugur� una exposici�n conmemorativa, con exhibici�n de aut�grafos y ediciones pr�ncipes; y el lunes 24, en la iglesia de las monjas trinitarias, la Real Academia Espa�ola celebr� las exequias de los escritores que "cultivaron gloriosamente las letras hist�ricas". La "Fiesta del Libro: en Madrid coincide con el aniversario de la muerte de Cervantes, que ocurri� hace trescientos cincuenta y un a�o, el 22 de abril de 1616, cuando hac�a seis meses que hab�a cumplido sesenta y ocho a�os. En la calle que hoy lleva su nombre, casi en la esquina de la calle de Le�n que va al palacio de la Real Academia de la Historia, y pr�ximo a la casa donde vivi� Quevedo, sobre el dintel de un portal dice una placa que "Aqu� vivi� y muri� Miguel de Cervantes Saavedra, cuyo ingenio admira el mundo". Sin embargo pas� sus d�as casi ignorado y pobre, entre apremios econ�micos y judiciales y, al final de sus a�os, afligido por una larga y extra�a dolencia que los f�sicos no atinaban a curar y que a la postre acab� con su vida, Le dominaba una glotoner�a y una voracidad insaciables y una sed inextinguible, al par que enflaquec�a y sent�a debilitar sus fuerzas f�sicas y a�n, a veces, caer en una suerte de soponcios o desmayos. No aplacaban sus hambrunas ni los guisados ni las perdices asadas y en adobo que exhalaban aquel vaho que en m�s de una ocasi�n traer�a a su memoria las p�ginas en que describiera la mesa tendida en la �nsula para el acongojado Sancho, con aquella diversidad de platos de diversos manjares. Pero cuanto m�s com�a, goloso, m�s acrecentaba su sed, lo cual no dejar�a de inquietarle, pues sabia que "el que mucho bebe mata y consume el h�medo radical donde consiste la vida", seg�n le advert�a a Sancho el m�dico encargado de velar por su salud durante el ef�mero gobierno de la �nsula. Miguel de Cervantes, diab�tico, fue empeorando hasta tener ante sus ojos, real y verdaderamente, aquella "temeraria y espantable visi�n de la muerte" de la que hablara alguna vez en sus libros. Sin embargo, muy tranquilamente y con gran entereza de �nimo, despu�s de confesarse y de dictar su testamento a un escribano, pidi� con mucha naturalidad papel y pluma y escribi� aquella dedicatoria del "Persiles" al Conde de Lemos: "Puesto ya el pie en el estribo -Con las ansias de la muerte - Gran se�or �sta te escribo�". Y ten�a, s�, el pie en el estribo, como que al cabo de poco, despu�s de componer aquellos versos que alud�an a su propia muerte, que ya helaba y entumec�a su cuerpo, se muri�. Al d�a siguiente, por la calle de Cantarranas, que hoy es la de Lope de Vega, le llevaron a enterrar a la pr�xima iglesia del convento de las monjas trinitarias. Cuatro frailes llevaban a hombros al humilde f�retro donde yac�an los restos de Miguel de Cervantes Saavedra, entre muy reducido grupo de vecinos y parientes, mientras las campanas de las monjas tocaban a muerto. As�, pobre y casi ignorado, acab� sus d�as el que mucho despu�s de su muerte fue proclamado Pr�ncipe de los Ingenios. Sin embargo, adem�s de su obra de escritor nos dej� el ejemplo admirable de su fortaleza de �nimo frente a todas las adversidades de su vida de privaciones y de angustias. En este aniversario de su muerte, despu�s de cumplidos los actos oficiales que se realizan en su memoria, fui al anochecer, hasta el convento de las reclusas donde fue sepultado. Un eclesi�stico de sobrepelliz, desde un p�lpito dorado musitaba las letan�as con una voz baja y en tono casi compasivo. Luego, detr�s de las tupidas rejas erizadas de pinches agudos de hierro, salmodiaban las monjas acompa�adas por las notas tr�mulas del �rgano, mientras permanec�an arrodilladas en los esca�os de la nave un pu�ado de mujeres de las que, un poco por devoci�n y otro poco por costumbre, acuden diariamente a estos actos piadosos cada vez m�s desolados. Una 'vez terminadas las oraciones y mientras el sacrist�n, enarbolando una larga vara con el apagador, mataba las velas del altar, me acerqu� hasta el presbiterio donde una l�pida de m�rmol adviene que en este convento fue enterrado Cervantes y en ese momento record� que pocos a�os despu�s de su muerte, en nuestra casi reci�n fundada Santa Fe, algunos vecinos ya le�an el Quijote. En 1670. entre los bienes inventariados a la muerte de don Francisco Lacunza Otazo, natural de Madrid, casado en primeras nupcias con do�a Francisca de Figueroa y Mendoza, hija del gobernador don Lucas de Figueroa y Mendoza y de do�a Andrea de Andrade y Sandoval, se registraron un libro titulado "David Perseguido" en seis "cuerpos"; la obra de Graci�n de dos tomos; las "Empresas pol�ticas" de Saavedra, y, dice as� textualmente el inventario las "obras de Don Quijote". Y este recuerdo que traje hasta la tumba de Cervantes desde mi vieja y querida Santa Fe, ciudad entonces perdida en los desiertos de R�o de la Plata, all� en los confines del mundo, pudo ser un homenaje grato al esp�ritu de este gran hombre que sab�a mirar con cierta ele8ante iron�a las vanidades y las pompas de este mundo. |